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La raíz judía de la raza latinoamericana




Por Yosef Ramsés Ancira Saba

Criollos no, mestizos tal vez, pero la esencia de la raza latinoamericana no está sólo en los españoles, no sólo en las etnias prehispánicas, sino en una mezcla mayor de orígenes. A la población de origen negro se le considera como la tercera raíz. El color de la piel de Vicente Guerrero y José María Morelos, así lo confirma, pero hay otra raíz incluso anterior, la judía, que va desde Luis de Carvajal, primer escritor literario judío en la Nueva España, hasta Justo Sierra Méndez, fundador de la Universidad Nacional, pasando por Juliantla, originalmente Judiantla en el Estado de Guerrero.

Vista así, la judía, sería realmente la tercera raíz de la nueva raza mexicana, y la negra, la cuarta, puesto que los africanos  llegaron masivamente en forma posterior. Asentado ya este antecedente cronológico, bien poco importa el número ordinal que se le asigne, pues a más de cinco siglos del llamado encuentro de los mundos, la mezcla de sangres es tan homogénea, que como en las matemáticas, el orden de los factores no altera el producto.

Al final de cuentas solo existe una raza, la humana, y mientras la arqueología no demuestre lo contrario, la genética indica que Moisés, Ramsés y el príncipe maya Canek, tenían a la misma tatarabuela, alguien como Lucy, una bípeda bastante peluda que vivió cerca de Etiopía hace varios  millones de años. 

(Un paréntesis, Lucy se llama así, porque los Beatles eran el grupo favorito de los arqueólogos que la descubrieron hacia 1974,  y la canción dedicada al LSD, Lucy in the Sky with Diamonds, era una de sus preferidas)

Más allá de las diferencias en la  cantidad de melanina, que hacen más claro  u obscuro el tono de nuestra piel, la distancia genética entre el doctor Bashar Al Assad, mandatario de Siria y Benjamin Netanyahu, Primer Ministro de Israel, es de solo el 0.01 por ciento.

Entonces ¿Por qué molestarse en averiguar siquiera acerca de la raíz judía de la raza mexicana o aún más allá, de la raza latinoamericana?

Bueno, pues porque la cultura es lo que hace al hombre distinto de otras especies animales. Si a códigos genéticos vamos,  todos los seres vivos somos producto de  enlaces de carbono e hidrógeno y la diferencia entre el código genético de un plátano y el de un hombre sabio, sería de acaso un cuatro por ciento. Por eso nos podemos alimentar con carbohidratos.

Sin embargo el estudio de las razas, como bien lo dice el especialista en genética de poblaciones de la Universidad de UTAH,  Alan Rogers,  si tiene utilidad para conocer los orígenes y migraciones de nuestra especie.

Más allá de la caracterización como moral “judeocristiana”, corre en nuestras venas mexicanas una mezcla de sangres indígenas, españolas, judías y negras.

Si el genoma humano está constituido por unas tres mil millones de bases, ese 99.9 por ciento que nos distingue a los latinoamericanos de los aborígenes australianos, o de las tribus del Amazonas, - por mencionar a los probablemente más puros desde el punto de vista genético -  nos separan de ellos acaso 30 millones de subunidades y ¿qué creen? Seguramente en estas habría equitativamente repartidas, algunas bases genéticas  judías, prehispánicas, españolas, negras y en muchos casos seguramente, hasta árabes.

La culpa la tuvo Isabel


En esta hipótesis o línea de pensamiento, la razón o explicación de que los judíos hayan sido obligados a ser parte de la génesis de la raza mexicana, o latinoamericana, se encuentra en que en el mismo año de 1492, cuando  Cristóbal Colón recibió los fondos para la expedición que terminaría en las islas de un nuevo continente, también se desató la persecución a los judíos, quienes fueron obligados a exiliarse de la península ibérica  o a cambiar de religión.

La política de Isabel la Católica y Fernando de Aragón iba a dar origen no solo a la unificación del reino español, sino a la creación del mayor imperio que haya existido en la historia de la humanidad, pero también a la universalización de los judíos, que iban a ser obligados a expandirse por el planeta, señaladamente por el Nuevo Mundo.

De una de estas familias procedía Antonio de Carvajal (homónimo por cierto y tal vez ancestro de Antonio Carbajal, el primer futbolista mexicano que jugó en cinco copas del mundo) uno de los capitanes de los bergantines que armó Hernán Cortés para navegar por Tenochtitlán y conquistarlo.

El éxito de Antonio de Carvajal permitió que viniera también a México su hermano Luis, quien llegó a convertirse en el gobernador del Nuevo Reino de León (si les suena a Monterrey, Nuevo León, están en toda la razón).

Ahora imaginen cómo iban a tomar los españoles que un judío de ascendencia portuguesa, un “marrano” como se les llamaban volviera a colocarse a la cabeza del poder político y económico. Para eliminarlo acudieron al popular recurso de acusarlo a la inquisición, fue tomado preso y murió en 1590  cuando aguardaba la extradición a España. Tenía 50 años de edad.

Su hijo tuvo un destino aún más cruel.

Vidas paralelas en la raíz cultural judía de México


La doctora en literatura Angelina Muñiz-Huberman es en el Siglo XXI, un ejemplo particularmente interesante de la cultura en México. Hija de republicanos españoles que huyeron de su país, expulsados por la alianza que hizo Franco con Hitler para establecer una dictadura.

Era ya una jovencita cuando se enteró que no solo era descendiente de una familia de liberales españoles, sino también de judíos progresistas.

De sus raíces hablan al menos dos libros publicados en México La lengua florida: antología sefardí (1989) y Las raíces y las ramas: fuentes y derivaciones de la Cábala hispanohebrea (1993)

La doctora Muñiz-Huberman es referencia de la cultura mexicana de nuestros tiempos. De la misma manera Luis de Carvajal fue el primer escritor en castellano que no se limitó a reseñar la conquista o peticiones a la Corona, sino a escribir poesía y literatura. Es, en otras palabras, el primer productor de arte en Nueva España. 

El proceso del gobernador del Nuevo Reino de León, afectó a toda su familia y su sobrino Luis, llamado El Mozo para distinguirlo de su tío, también fue apresado, pero dejado en libertad. No por mucho tiempo.

Luis de Carvajal, El Mozo, nunca pudo librarse del estigma de “judaizar”. Una de las pruebas usadas en su contra fue haber escrito un libro que empezaba con las palabras En el nombre del señor de los Ejércitos, traducción de la oración en hebreo que inicia con be shem Adonay Zebaot.

La primera vez que detuvieron al poeta lo condenaron a prisión perpetua en el Hospital de Lunáticos de San Hipólito. La segunda, seis años más tarde,  fue mucho peor. Lo ataron a una parrilla metálica y lo mantuvieron cerca del fuego durante casi cinco horas, durante las cuales le arrancaron más de 100 nombres de personas que practicaban la fe judía. Cuando al fin lo liberaron se arrojó por una ventana para librarse de la tortura y luego negó todo lo confesado.


Sobrevivió a las quemaduras y a lesiones que sufrió al arrojarse por la ventana durante 10 meses. Finalmente fue puesto en una hoguera hasta su muerte. Era el  8 de diciembre de 1596.

Angelina Muñiz-Huberman nació el 29 de diciembre de 1936,  340 años más tarde.

Luis de Carvajal, andaba en sus 30 años cuando ocurrió su asesinato, disfrazado de juicio en el “Santo Oficio”. Para escribir usó el seudónimo, José Lumbroso.

Lumbroso porque se consideraba iluminado por la gracia divina, como José, el adivinador de sueños. Yosef por la forma de pronunciar en hebreo.
Sobre Carvajal y su tío  ha escrito Sabina Berman una obra de teatro. Los Carbajales. Lamentablemente la mejor biografía no se ha traducido al español, se llama The Martyr y se subtitula Luis de Carvajal, a Secret Jew in Sixteenth-Century Mexico. Fue escrita por Martin Cohen, con una valiosa introducción de Ilan Stavans. Su lectura es una de las mejores pruebas para esta hipótesis de esa doble raíz, cultural y genética, en la génesis de nuestra raza.  

Un epílogo personal y por lo tanto prescindible


En el año de 2013, la combinación de un error y una calumnia, me hizo perder la corresponsalía en México  de Hispan TV, en la televisión iraní.

La calumnia fue hecha y repetida a ciencia y paciencia de un yucateco que ha hecho fortuna negando a sus ancestros mexicanos, exaltando a conveniencia la paternidad semita de un padre libanés que no lo reconoció y repitiendo el prejuicio de que los judíos somos los culpables de todos los desajustes económicos del planeta. No aclara si incluye a Marx entre ellos, pero menciona constantemente a Soros y los Rostchild.

El error fue porque en un reportaje donde una fuente árabe hablaba de Gaza y Cisjordania yo sinteticé hablando de la búsqueda de la paz en los dos territorios. Como Irán se niega oficialmente a reconocer a Israel, me pidieron que quitara esa frase pues daba a entender que se trataba de dos estados, Israel y Palestina.

Le pedí a mi hijo Axel, que era el editor, hiciera el cambio que pedían, pero como ya pasaban de las tres de la  madrugada, lo omitió por cansancio. Como en toda teocracia, la religión permea en los estudios de Hispan TV,  y esto, mezclado con la calumnia, dio como resultado mi despido y que tardaran más de seis meses en pagarme el dinero que me debían.

Digo esto porque fue el último trabajo profesional que realicé. Desde entonces todos mis ingresos han sido por actividades diversas al periodismo. Estas líneas son producto de la invitación de una persona que no me permite dar su nombre, y también las primeras que me permiten regresar al periodismo como una actividad profesional y remunerada. 


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